Los símbolos nos unen
- Livi Betancur

- 6 sept
- 6 Min. de lectura
Actualizado: 8 sept
A partir de hoy retomo mi rol como escritora del segundo libro de Ganas y Canas.
Cada newsletter que recibas será un adelanto de los capítulos que lo conforman, una invitación a caminar juntos este recorrido y a descubrir que la energía y la experiencia, cuando se encuentran, tienen el poder de transformar vidas y organizaciones.
El mándala de Ganas y Canas es el primer capítulo; una invitación a comprender por qué Ganas y Canas no es una suma de personas con intereses aislados, sino un mándala vivo donde cada figura aporta algo único e irreemplazable.
Al leerlo, descubrirás qué significa reconocerte como parte de un círculo humano en el que las ganas de aprender y arriesgarse se encuentran con las canas de la experiencia y la sabiduría.
Formar parte de este ecosistema es abrirse a un camino distinto: no caminar solo, sino en comunidad. No buscar únicamente resultados, sino relaciones que transforman. No imponer, sino co-crear.
El mándala es la brújula que guiará este libro, y en este primer capítulo entenderás por qué tu lugar en él es esencial.
La historia detrás de los símbolos
Hace nueve años, la vida me puso en un punto de quiebre importante. Había dejado mi rol en Davivienda y tenía la responsabilidad de acompañar al nuevo Presidente de Seguros Bolívar en un proceso de transformación decisivo.
Como organización enfrentábamos un doble desafío: varios de nuestros líderes más representativos estaban cercanos a pensionarse, y al mismo tiempo, el negocio necesitaba complementarse con la creación de Servicios Bolívar, una compañía que recogiera lo mejor del conocimiento acumulado para ponerlo al servicio de los clientes en su día a día, no solo en los momentos difíciles.
Con la Universidad de los Andes diseñamos un proceso que no fue rápido ni sencillo. Fueron meses de conversaciones, talleres y ejercicios en los que poco a poco aprendimos a reconocernos como equipo y como comunidad.
Recuerdo en especial la sesión en el vagón de la Facultad de Arte: un espacio abierto, lleno de papeles, colores y preguntas. Allí nos dimos la oportunidad de hablar sin filtros, de expresar lo que cada uno veía, sentía y soñaba, de escuchar de verdad. Fue un laboratorio vivo de confianza y de construcción colectiva, que terminó siendo la base de lo que hoy es la organización.
En ese camino descubrimos algo fundamental: para avanzar juntos necesitábamos desaprender. Soltar viejas formas de hacer las cosas, dejar atrás lo que cada uno creía que ya sabía, y atrevernos a aprender de nuevo como comunidad, juntos canosos y ganosos, cada uno aportando valor para construir y avanzar.

🚲 La bicicleta en mi oficina
De esa experiencia nació un símbolo que hoy sigue conmigo: una bicicleta colgada en la pared de mi oficina. Pero no cualquier bicicleta: cuando giras el timón a la derecha, la rueda va hacia la izquierda. Para montarla, hay que desaprender lo aprendido, soltar el equilibrio que conocías y atreverse a confiar en una nueva forma de avanzar.
Cada vez que alguien entra y la ve, me pregunta con curiosidad:
“¿qué significa esa bici?” A lo que siempre respondo:
“Es un recordatorio de que aprender exige desaprender. Y que toda transición necesita valentía, confianza y apertura”.
Esa bicicleta es mi brújula diaria: me recuerda que la vida, los equipos y las comunidades se construyen cuando tenemos la valentía de desaprender juntos para volver a aprender.
🧭 El mándala como brújula
Con el tiempo comprendí que todo este proceso, las conversaciones en el vagón, la bicicleta como metáfora eran, en realidad, la construcción de nuestro propio mándala: un círculo vivo donde cada persona, con su experiencia o su energía, tiene un lugar esencial.
El mándala nos recuerda que no estamos solos, que la unión de nuestras diferencias es lo que nos da fuerza, y que la comunidad es la verdadera brújula para avanzar.
Esa bicicleta que me acompaña es el espejo de lo que hoy llamamos el mándala de Ganas y Canas: un círculo vivo que nos recuerda que solos no basta, que nos necesitamos, y que la conexión intergeneracional es fundamental para enriquecernos y crear.
El mandala es mucho más que una figura decorativa, es un símbolo vivo de lo que significa estar en comunidad. En su forma circular nos recuerda que no hay principio ni fin, que todo está conectado en un ciclo de vida continuo. Cada trazo, cada color, cada forma tiene un valor propio, pero cobra su mayor sentido cuando se une a los demás para crear armonía.
Así mismo sucede en Ganas y Canas: cada persona es única e irreemplazable, pero el verdadero poder surge cuando nos encontramos con otros y, juntos, tejemos una red de #86C6E5relaciones que transforman vidas
Contemplar o crear un mandala es entrar en un viaje interior y exterior al mismo tiempo. Nos invita a reconocernos en el centro de lo que somos y, a la vez, a abrirnos a los demás para co-crear. En el universo de Ganas y Canas, ese viaje es la oportunidad de reconocer cómo las ganas de aprender y arriesgarse se enlazan con las canas de la experiencia y la sabiduría, generando un círculo que nunca termina porque siempre se renueva.
Al poner el mandala al servicio de la comunidad, este puede convertirse en la representación viva de nuestro ecosistema. Imaginarlo como un mapa en el que cada círculo interno refleja a los ganosos, a los canosos, a las universidades, a las empresas y a los centros de investigación es darle forma visual a una unión que, aunque diversa, encuentra su fuerza en la complementariedad.
También es un ejercicio de conexión intergeneracional: jóvenes y canosos sentados alrededor de un mandala, pintando juntos, aportando un trazo, un color, una palabra. Lo que surge no es solo una obra de arte, sino el testimonio de cómo cada uno, desde su lugar, enriquece el todo.
Un mandala es también una brújula de aprendizaje, recordándonos que cada uno de los superpoderes de Ganas y Canas —optimismo, propósito, perseverancia, entre otros— ocupa un lugar en el círculo y que solo en la integración de todos se revela la plenitud. Incluso puede transformarse en un ritual comunitario: al inicio de un encuentro, cada persona pone un símbolo en el mandala central que represente lo que trae consigo; al final, esa figura colectiva se convierte en espejo de la energía compartida.
Por eso, un mandala no es un adorno, es un acto vivo de creación. Y cuando lo ponemos al servicio de Ganas y Canas, nos recuerda que nadie sobra, todos suman, y lo más valioso está en el centro: la unión de las ganas y las canas para emprender sueños que cobran sentido al ser vividos en comunidad.
✍️ Ejercicio de la semana
1️⃣ Dibuja un círculo en una hoja.
2️⃣ En el centro, escribe tu nombre o una palabra que te represente hoy.
3️⃣ Alrededor, escribe tres palabras que representen lo que aportas a tu comunidad.
4️⃣ Luego, escribe tres palabras que necesitas recibir de otros para brillar más.
5️⃣ Obsérvalo: tu círculo no está completo sin lo que otros aportan.
Ese es el poder del mándala: reconocernos como parte de un todo mayor.
El mandala no solo es arte, es un espejo que nos devuelve esa verdad: somos un ecosistema vivo de historias, aprendizajes, desafíos superados y sueños por conquistar. Y lo maravilloso es que esa comunidad no necesita magia; necesita presencia, intercambio, escucha. Lo que empieza con unas líneas en un papel puede transformarse en una sinfonía compartida de sabiduría y empuje.
Desde ese espacio habitado de confianza y conexión, quiero invitarte a conocer un proyecto inspirador: un centro de investigación sobre las canas, impulsado por Patricia Morales y Mauricio Reina.
Te comparto el link para que explores sus primeros hallazgos en la balanza de canosos, el papel de quienes “tienen canas”, o cualquier aportación de esas voces que resuenan con una parte de nuestra comunidad.
Este centro de investigación nos muestra una de las orillas del mándala: la de los canosos, con su sabiduría y experiencia convertidas en conocimiento compartido. Es el punto de partida para que las nuevas generaciones crucen el puente y construyan, juntos, un futuro transformador.
Un abrazo





Comentarios