top of page

¿Qué mensaje he estado enviando cada vez que llego tarde?

  • Foto del escritor: Livi Betancur
    Livi Betancur
  • 7 jul
  • 4 Min. de lectura

Esta fue la gran pregunta que me hice esta semana... 

Y fué como mirarme en un espejo que no quería ver. Porque celebré algo que para otros puede parecer básico: haber sido puntual.

A todas mis reuniones. A todos mis encuentros. No solo llegué con el cuerpo, llegué con el alma, sin culpa, sin excusas y organizada. Y sí, me sentí feliz. Pero también un poco extraña. Porque después de dos días me pregunté:

¿Cómo es posible que a pesar de ser algo tan sencillo, no lo haya hecho antes?

Llevo años sintiendo que el tiempo no me alcanza. Como si viviera contra él, corriendo, estirando cada día, con una buena intención, pero bajo una creencia silenciosa: que estar en todo es cumplir y que correr es cuidar.

Me acostumbré a tener mi agenda siempre llena, cruzada y apretada, mi cabeza en mil cosas. A pedir que el día se extendiera en horas y a llegar tarde a todos mis compromisos, incluyendo el llegar a tiempo a mi casa.

Confieso que he sido impuntual la mayor parte de mi vida. Y no por desinterés. Todo lo contrario: por querer estar para todos, por estirar conversaciones importantes, por creer que un “perdón, vengo de un tema clave” es suficiente. Por creer que correr era parte del rol. Asumir que mientras cumpliera con pasión, el tiempo podía estirarse como si no tuviera consecuencias.

No me había dado cuenta de lo que significaba dejar a otros esperando. Ni de lo que me estaba haciendo a mí: esa sensación constante de deuda, de ir tarde, de vivir a medio aire.

Hace dos semanas, estaba en una reunión con Álvaro, mi jefe. Faltaban cinco minutos para terminar y abrí una conversación importante. El me cortó, sin dureza pero con claridad y luego me dijo: 

“Livi, quiero que comprendas algo: para mí es muy grave llegar tarde a una reunión. Por eso te pido que no pongas un tema importante faltando cinco minutos, porque no quiero faltarte a ti ni a las personas que están esperando la siguiente reunión.”

 No me sentí regañada, me sentí despertada. Como si alguien me dijera suavemente: “Honrar el tiempo también es una forma de amar” 

La semana pasada, ese eco siguió resonando cuando vino a mi casa una gran amiga: Carolina Ibargüen, presidenta de Ibope Kantar. Carolina es una mujer que admiro profundamente y todos los días me sorprende la capacidad que tiene de estar presente en mil escenarios… y siempre llegar en punto e impecable.

Ese día como siempre llegó puntual a mi casa y de primera y no pude evitar preguntarle “¿Cómo haces para lograrlo?” Y me respondió con esa claridad elegante que la caracteriza: “Sencillo; manejo la agenda y me organizo para poder llegar a tiempo”.

ree

Fué ahí cuando entendí que la palabra puntualidad no es un defecto y por eso no podía seguir siendo paisaje en mi vida. Que no es sólo organización; es intención y respeto. Y recordé cuántas veces he tenido personas esperándome y mi ansiedad de cumplir y estirar mi agenda.

La palabra puntualidad viene del latín punctum, que significa “punto exacto”. No se trata solo de llegar a la hora. Se trata de honrar el acuerdo invisible entre dos personas que deciden encontrarse. Es un acuerdo silencioso que dice: “tú me importas, este momento también”.

Cuando somos puntuales nos liberamos de la culpa que deja la espera, le damos valor a cada persona, sin tener que decirlo, habitamos el presente, sin estar arrastrando lo que quedó incompleto antes y podemos cerrar y abrir con dignidad, sin apuros.

La puntualidad no es solo llegar a la hora. Es llegar con intención. Llegar sin dejar partes de ti en otra parte.



 ¿Cómo estás con la puntualidad?

¡He decidido que quiero ser puntual!

Y como todo lo importante, no se trata solo de querer, sino de practicar hasta integrarlo.

Y a ti... ¿Te pasa que siempre vas corriendo, estirando lo que no alcanza? ¿Te das permiso de respirar entre reuniones o estás pidiendo perdón frecuentemente por llegar tarde? 

Lo más importante es empezar, y esa es la decisión que abrazo hoy, porque algo tengo claro y es:

Cuando decidimos cambiar, siempre hay tiempo.

Sé que estoy aprendiendo a respetar no solo el tiempo de los demás… sino el mío.


Si resuenas con este propósito, te comparto mi receta para lograr llegar a tiempo y en paz esta semana a todos mis compromisos:

1️⃣ Revisa tu agenda y asegura que las citas no se crucen. 2️⃣ Comunícate directamente para decir NO o reagendar. 3️⃣ Agrega espacios de transición. No encimes tu vida. 4️⃣ Llega 5 minutos antes y respira. 5️⃣ Preséntate con foco e intención. 6️⃣ Repite. Agradece. Sonríe.


La última reunión de la semana fue mucho más que un cierre… Fue una llegada a tiempo. A tiempo para recargarnos, para mirarnos con honestidad, para recordarnos que cuando estamos presentes, todo cobra sentido.


ree

 

Nos reunimos sin prisa pero con presencia, y eso hizo la diferencia. Sentí que el tiempo, en lugar de corrernos, se puso de nuestro lado. Y en ese instante entendí que llegar a tiempo no es solo cuestión de relojes, es una forma de honrar al otro, de mostrarnos disponibles, de construir confianza. 

Cierro la semana con el corazón lleno, recargada no por lo que hice, sino por como lo viví. Lista para una nueva semana, con mi compromiso intacto, y con una certeza: cuando el tiempo se habita con intención, se vuelve regalo.



Te invito a esta cita con Mabel, Piedad y Yesica...

Porque cuando tres mujeres se encuentran con el alma abierta y el tiempo bien dispuesto, suceden cosas mágicas.

En este nuevo episodio de nuestro podcast, hablamos de emprendimiento, mentoría y propósito, pero sobre todo, de lo que nace cuando nos damos el tiempo —y el permiso— de escucharnos con honestidad.

Dale play… y llega puntual a este encuentro que puede darte justo la palabra que estabas necesitando.

Encuéntralo en Spotify y en Youtube.


¡Hasta la próxima!


Livi Betancur - Coach y mentora en emprendimiento y talento humano

Comentarios


bottom of page